Sí, sé que pasan las horas, pero no me convenzo.
Primero hay que construirse una disposición; como la de los animalitos que, después de nacidos, se yerguen a caminar. Esa especie de fuerza.
Afuera vi el vacío. Luego, sólo calles y objetos botados. Ya no pude sostener más la mirada; demasiadas sombras, carnaval de máscaras.
Receta para la disposición: intento fijar un punto determinado, "visualizándolo" –para un fin tan simple, sí podrían funcionar los consejos de los manuales de autoayuda–.
Me repito, por ejemplo, que a dos cuadras encontraré el aroma a pan fresco, y a tres, el paquete de cigarrillos.
—¡Cuánto quieres fumar! ¡Sal! ¡Ve por esos cigarrillos!
Me entusiasma la "visualización" de sostenerlos entre mis dedos, fumar uno tras otro, tras otro. Hago los "mantras" sugeridos en la página 68, pero mis piernas no se mueven. No pasa nada –ni para esto sirve la autoayuda–.
Es una lucha perdida.
Agoté mi disposición. Prefiero concebirme en la mente, fumando, a tener transeúntes cerca. No más. Ni uno más. Nunca más. Tengo agua. Las galletas me alcanzan para dos semanas.