viernes, 20 de enero de 2012

del brote psicótico y otros cuentos

Deseo físico del alma de volver a estar allí,
Mediante un viaje metafísico y carnal,
En un desdoblamiento entre yo y yo mismo…
¡Ah, comerse el pasado como pan de hambriento,
Sin paciencia en los dientes para untarle manteca
F. Pessoa


En la acérrimamente católica ciudad de Quito nace Mariana Paredes y Flores, niña que desde la cuna fue predestinada a ser Santa.  Del embarazo se dice poco, pero el día del parto fue simbólicamente cargado por los padres y moradores de la ciudad,  al asegurar que una estrella en forma de palma se asentó en el techo de la que sería la morada (hasta los últimos días) de Mariana.  Era la señal divina de la llegada al mundo de una Santa.

En efecto, la mentalidad religiosa de la época encontró lugar para ejecutar sus más altas expectativas sobre la vida de los santos. Los padres, sirvientes, vecinos, y habitantes todos (Super Yo) la llevaron a formarse como una mártir - que inhibiría toda función para evitar aun el mínimo monto de angustia. 

En su etapa oral, desde el primer día se rehusó a lactar, le buscaron una nodriza pero ella permaneció renuente. Después de ese esfuerzo,  ninguna persona le insistió. Como infante de la divinidad se la contemplaba, se le permitía - en nombre de la ofrenda de la niña a Dios - rehusar a los alimentos. De aquí podría proceder su carácter oral pasivo,  su alta dependencia a los demás. Ante sus travesuras no recibía reprimendas como los otros niños, su hermana escondía  sus impulsos de pellizcarla cuando le desbarataba el telar: tal vez sería pecado castigar a una santita. 

Se usó otra herramienta para la desvitalización de la pequeña y la mortificación de la niña: el lenguaje. Los significantes atraparon su cuerpo.  Sus necesidades biológicas quedaron trastocadas: ¡Ay Marianita, qué manera de reírse tan alborotada es esa! Y eso que eres una santa.

A sus tres años no entendía qué era ser una santa, y - en una ocasión – cuando le arrebataban el gozo infantil llegó a proclamar que: entonces no querría ser Santa.  Sin embargo, hasta ahí llegó su demanda por el Principio del Placer, pues ya tenía destinada una habitación oscura, con una pequeña ventana, unos pocos accesorios… un cuarto digno de una vida de recogimiento. Desde aquí, el Ideal del Yo en Mariana gira alrededor de la culpa. Su ansiedad es moral.   

A los seis años ya considera a la pulsión de muerte como única puerta a su liberación: propensa al aislamiento, a la auto-destructividad, se flagela, renuncia a los alimentos, a los juegos,  y establece una rutina obsesiva de consagración al Señor, en la que se permitiría 3 horas de descanso para en las restantes introspectar y poner sus deseos en la complacencia divina: de 4h a 5h oración, de 5h a 6h alabanzas, de 6h a 8h conversaciones con el señor, de 8h a 11h devociones (y en días santos será hasta las 13h), de 11h a 13h misa, de 13h a 14 bordados, de 14h a 16h oraciones, de 16h a 18h más oraciones, a las 18h algo (poco) para comer si es que el cuerpo lo necesitara, de 18 a 20h más rezos, de 20h a 23h cilicios, de 23 a 1h más rezos. De 1h a 4h dormir.  
  
En este periodo, la perturbación más frecuente y notoria en la santa se enraizó en la función nutricia. Su renuncia a la comida era tan profunda que podría considerarse característica de un estado psicótico; sus delirios y alucinaciones (en el objeto para siempre perdido del deseo) se producían en relación indirectamente proporcional, así: mayor ligereza del cuerpo y contacto divino a menor ingestión alimenticia.  Llega a tal punto su defensa histérica, que aparece el vómito como síntoma. Mariana de Jesús se permite tomar un bocado de vinagre para saciar la sed, cada 2 o 3 días.  Y en la preparación de los pequeños bocadillos - que a veces su cuerpo demanda - ella misma se empeña en amasar su pan, y en vez de sal, le coloca hierbas amargas y ceniza. 

Cuando queda huérfana pasa al cuidado de su hermana mayor y su cuñado; en la casa paterna pasa a vivir esta pareja y las 3 hijas de ellos. Mariana incita a las niñas a jugar a “las procesiones”, a que la lanzaran al pozo lleno de espinas y piedras, que ella misma construyó. Las niñas disfrutan de las “ocurrencias” de la tía. Ella hace uso de la autoagresión (hizo y hará) como mecanismo de defensa. Su “entrega a los demás” se acentúa, la rendición altruista ahora la lleva a acoger, atender a mendigos y prostitutas. Ante don Camilo y sus perversiones, la niña no se asusta. En el encuentro, él pasa por su lado se abre el abrigo, le enseña las vergüenzas y ella lo mira en calma mientras le dice que orará por la desaparición de esas bulbas que le causan dolor.   

Los sueños diurnos aparecen preliminarmente a sus síntomas histéricos. Ahora escucha la voz de Dios que se manifiesta a través de los objetos; por momentos, ella puede subir al cielo a conversar con él.  Además, desarrolla una especie de poder premonitorio. El árbol, el pájaro llaman su nombre. De pronto la pared le dicta que es el momento…  Mariana previene, convoca a sus sobrinas a otro lugar, y, así,  evita que les caiga la pared encima.  Freud, en la interpretación de los sueños señala: las mociones pulsionales insatisfechas son las fuerzas impulsoras de las fantasías, y cada fantasía es una satisfacción de deseos, de una rectificación de la realidad insatisfactoria”.

Aproximadamente, a sus 14 años su ansiedad es neurótica. Ante los impulsos del Ello, Mariana se siente posesa, endemoniada, embrujada. No sabe si aquellos pequeños milagros (que en nuestro tiempo serían identificados como telequinésicos) son obra de Dios o del Diablo.  Su inconsciente se le escapa apagando velas. No paraliza su cuerpo con una somatización, continua su rutina a pesar de su frecuente dolor en el pecho, pero se somete a 2 o 3 horas de postraciones, más otras 2 o 3 horas de flagelaciones y tormentos, cualquier medida que deje sus miembros amortiguados - como las veces que se cuelga – literalmente -  en su propia cruz.   Se va restando horas de sueño.

Es indudable, el ascetismo y la autoagresión son (fueron y serán) sus mecanismo de defensa.
Vértigos y vómitos se le presentan a menudo, pero no como manifestación de su inhibición al trabajo, sino en las ocasiones en las que se permite salir de su contemplación. Específicamente, Santa Mariana no trabaja, se dedica a la introspección, a la reflexión, a la contemplación, al recogimiento, a cualquier acción que le acerque más a Dios y la evite del mundano mundo. Por tanto, no ejecuta ningún trabajo, lo ha sacado permanentemente de su vida. Se halla aislada en el vacío, en la soledad imponderable de lo cósmico.

Cuando pierde a su consejero espiritual, intuye la crisis… Ahora es el ser que existe sobre la tierra sin un sentido definido y no sirve para nada.  El segundo, de nueve, es apenas unos años mayor a ella, y ante su pupila no puede hacer otra cosa que sentir admiración, de hecho en ocasiones es él quien le solicita consejo. Un tercer director es lo suficientemente parco como para escucharla, y tan o más neurótico que la califica de histérica, poniendo punto final a su dirección. Ante esa falta de motivación y entendimiento a su vida santa aumenta los martirios, coloca una escalera en su cama, un tronco como almohada, los flagelos van casi hasta la inconsciencia.  

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En esos momentos Mariana siente, más que nunca, la nostalgia, el anhelo del reencuentro con el objeto mítico de su primera satisfacción.  El objeto inalcanzable, perdido para siempre.  Su demanda de amor se hace evidente. El objeto destinado a la satisfacción de la necesidad no trasmutó en un objeto simbólico. Mariana no renunció a la fantasía, al ensueño, para entrar en la realidad. 

La limitación funcional del Yo, la inhibición en todas las áreas: sexual, motriz, nutricia, profesional tuvo como motivación evitar cualquier conflicto con el Ello, y en los días donde este pretendió surgir,  las penitencias aumentaron en proporción, volumen e intensidad. 

Era tan fuerte el Super Yo que su estructura psíquica giraba entorno a la idea predominante de la Superioridad del alma sobre el cuerpo.  En su  Yo Ideal es ella - porque así le inculcaron desde pequeña - la llamada a detener el brazo de la justicia divina ante los pecados del pueblo.  Se ofrece en sacrificio por los suyos en varias ocasiones. Cuando niña buscará ir a encontrarse con los moros, para entregarse en alma a los tormentos que – a cambio – salvarán a la humanidad.  A sus 22 años, se “sabe” llamada a pasar penurias en nombre de la salvación de los quiteños.  Que no erupcione el Pichincha, que no haya un terremoto…

Mariana de Jesús, cuya reputación llega hasta Cali decide ofrendarse.  Y se corta la respiración, pide a sus pulmones que no inhalen y exhalen más. Y cae en estado catatónico. Y se piensa muerta, así como el resto de feligreses también piensan.  Pero de pronto se levanta y vomita sangre. Pide a sus órganos no funcionar más. Y se vuelve a creer muerta. Los fieles quiteños creen, lloran.  Y en medio de su entierro, abre los ojos… y el sacerdote que oficia la misa, sin saber cómo actuar, decide continuar la celebración mientras cierra los ojos de la difunta. Y el pueblo reza.  Aproximadamente 30 años después habrá otro terremoto. Y otro, unos 80 años más tarde.

La Santa Mariana  de Jesús vivió en la disposición a pagar cualquier precio para mantener su homeostasis en el Ideal del Yo, para no retornar al objeto perdido en lo real sino para permanecer en el objeto perdido alucinado.

Podría tratarse de un ser que nació y vivió en la completa inhibición, una especie de renuncia por flagelos a la demanda. 



Análisis de personaje realizado en base a:
Inhibición, síntoma y angustia, S. Freud 
y a la historia de Mariana en el libro
Aprendiendo a Morir, Alicia Yanez Cossío.

viernes, 13 de enero de 2012

dear sweet honey:

Podría ser que estoy cansada, muy vieja o muy débil para trabajar en la colmena; podría ser que batí tanto y tan fuerte las alas que en un soplido agoté mis diez; podría ser que inmigré desde tierras lejanas, y al llegar el frío me alcanzó; podría ser que en la desértica frontera jugué a los mojados, y todavía arrastro esa ropa, lo despectivo y las balas; podría ser que en el 45 estuve en hiroshima, soy su mutación; podría ser que me quebró el llanto de la amazonía, que alcancé a huir cuando mi árbol (suelo-tierra-cielo) caía - ya no pude volverme a parar; podría ser que dejé a las otras en su "celda-casa", "calor de hogar" impertinentes ante "el fuego quema"; que, en mejor fortuna, me elegí, y a mis expectativas, para mí.
Podría ser que fui el sueño de una niña que vivía en una cabaña, en el bosque de altos pinos verdes, enredaderas, líquenes, mariposas, polen y musgos, que una abuela a otra niña le contó el 21.06 de luna nueva. Podría ser que tu amante me envió con (para) tu carta, pero el camino la extravió; y que, también, venía a contarte un secreto... de esos de miel... pero se me descristalizó.
¡No! ¡Eso sí que no!
Yo no vine y no me fui con las patas vacías...  


a las 7am, con el Maxi encontramos a la gran abeja,
sus patas acurrucadas y su posible pasado